miércoles, 13 de octubre de 2010

De las pequeñas felicidades




“Ellos tienen razón
esa felicidad
al menos con mayúsculas
no existe
ah pero si existiera con minúsculas
sería semejante a nuestra breve
presoledad”
Mario Bendetti


Hoy, la felicidad estuvo en tv en cadena nacional, sin interrupciones, en horarios familiares, vespertinos y prime time. No. Dejaré a los especialistas desmenuzar cada uno de los aspectos que de una catástrofe convertida en proeza pueda haber. No me molestaron las sonrisa de unos y me enfermaron los oportunismos de otros, pero insisto, dejaré las palabras que pueblan esos terrenos a los que se especializan en ello.
¿Qué por qué no meto mi nariz o mejor dicho alguna opinión entre las voces sensatas? La repuesta es muy sencilla. Hoy, sí, hoy, por unas horas, pude asomarme a la felicidad, a ese tipo de felicidades pequeñas y cotidianas que, quizá por tenerlas tan cerca y a la mano pasan casi en silencio, ocultas en cualquiera de las horas de un día común.
Esa absoluta y deliciosa felicidad de subir las escaleras, y llegar a un departamento hasta arriba, abrir la ventana y dejar que el aire fresco y las sonrisas entren sin usura.
Esa felicidad de escuchar una campana aguda y cercana y cumplir con el deber ciudadano de poner la basura en su lugar.
La incomparable felicidad de caminar entre botones de harina y calor y elegir dulzuras espolvoreadas de canela y azúcar.
La irrebatible felicidad de preparar la comida lado a lado, al lado de la estufa y de comer y saciarnos con palabras y delicias dulzonas y cremosas.
Esa felicidad regañona de la limpieza de la mesa y los platos y los vasos. La felicidad compartida y por contagio de mirar para arriba y encontrarte. De mirar a mi lado y encontrarte, así como doblada como una gata adormilada y más hermosa que tus pies pequeños. Y la exclusiva felicidad de hacerte enojar y hacer pucheros y volverte a hace reír por otro instante.
 La felicidad de inscribirte en la memoria. De invocarte cuando me hagas falta y me haya dado cuenta que el asomo a esas felicidades pequeñas, diarias, finitas, llegó demasiado tarde.
La triste y dolorosa felicidad de abrazarte y ver cómo terminan el día y el sol entre edificios desiguales  y comienza la certeza de que nada puede regresar ni por un momento, ni siquiera las felicidades pequeñas, casuales y cotidianas de un día cualquiera.

  

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