jueves, 29 de septiembre de 2011

Extraños.

La vio aproximarse a paso lento. Las manos en las bolsas del pantalón que a pesar de todo le seguía luciendo de maravilla. Un poco culpable por situar su vista bajo la cintura, aprovechando la distancia, corrigió la mirada y la puso mejor en los dedos de sus pies que se asomaban por la punta de los zapatos que no existía.
Ya cerca la saludó con un beso pero no en la mejilla, ella no ladeó la cabeza y sus labios besaron casi su oído de no ser por el cabello que estaba un poco más corto que la última vez.
Hablaron poco a pesar del tiempo. El tiempo los dejaba ya sólo encontrarse en el pasado.
“¿Cómo me veo?” dijo y ella y él contestó “preocupada”, por lo que le había contado de su trabajo y eso, “y bonita como siempre” aunque la frase salía sobrando, como siempre, porque ella sabía que seguía bonita aunque los años pasaran o se notaran más en él.
Quizá en otro tiempo ese “bonita” le habría dibujado a ella una sonrisa, que le gustaba tanto a él y que quizá buscaba por lo mismo, pero ella, más bien su sonrisa no llegó.
Lo que sí llegaba era un silencio de esos que son extraños en la Ciudad ahora.
“Pues ya me voy” dijo él. “adiós” contestó ella. Y se dio la vuelta para irse (o regresar, según se vea).
“¡Oye!” gritó ella y él regresó y ella prometió “luego te hablo”. Y la besó otra vez  y sonrió apenas y él se fue ahora sí  y se dejaron que el tiempo los siguiera convirtiendo en sólo dos extraños.




1 comentario:

  1. Si yo pudiera expresar cuánto añoro ver a ese objeto amado aunque sea unos minutos, no me importaría cerciorarme de que sí, ya no nos conocemos, somos extraños.

    Pero ni siquiera tengo eso, tengo nada. No poseo ni el mismo pasado, sólo este presente que dicta obsoleta la acción de recordarle.

    Como siempre, un gusto leerte.

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