miércoles, 7 de marzo de 2012

En la esquina de la ausencia.



Eran su silencio y su sombra el sello, la marca, el anuncio de su territorio. Decían que olía así, a perfume barato, huele a puta, también decían. ¿A qué huele una puta? pregunté y nadie me otorgó jamás una respuesta que justificara aquello.
Ella no fumaba, ni masticaba chicle, ni golpeaba los tacones contra la banqueta como si quisiera despertar a los años y a las conciencias dormidas. Ella esperaba tranquila, en la noche (cuando la noche llegaba) y con la noche se iba antes de los reclamos de la madrugada. Ya no hay serenos, tampoco calma.
Yo le llamaba por su nombre cuando nuestras soledades coincidían. Hasta en eso fue generosa, me dijo tantos para que eligiera el que mejor se acomodara en mi recuerdo. Fue flor (Rosa) , diosa (Victoria), sabores (Dulce), ave (Paloma), misterio (Mar), origen (Eva), incluso virgen (Lupe). Esos nombres sólo llenaban una parte de la exigencia del recuerdo, ya después quizá demasiado relevante.
No recuerdo su sonrisa, nunca la mostró, no tenía por qué, es cierto. Quizá eso haría falta para completar la memoria. La que su voz me deja a medias. Aun así recuerdo sus dientes blanquísimos y el colmillo que se encimaba un poco y que se asomaba (buena metáfora) al establecer el precio del intercambio. Nunca escatimé el precio, aunque a veces me dieron ganas de hacerlo.
Era demasiado precisa en todo, apenas unas palabras, siempre comandando, dando órdenes, volviendo espesuras esa oscuridad que entonces nos delataba.
En noches cálidas usaba ropa de esport, tenis y playera y dejaba al aire unos hombros tersos, como el resto de su piel anónima, Ahora que lo recuerdo, de su desnudez, fue la de los hombros la única que permitía. La paga apenas cubría lo necesario.
Una vez, de mañana, la vi caminando a prisa, con la cara fresca sin los estragos de la noche anterior. Revisé su cuerpo amigo caracterizado de otro personaje.  No había dudas, era el mismo, las dimensiones encajaban perfecto en mi desvelada visión. Antes de subir al camión atestado de gente, la cartera se desprendió desde sus dedos. Al punto llegué, la tomé y la extendí hacia ella quien me miraba desde arriba del transporte. Gracias dijo y tomó la cartera que seguro llevaba más de dos días de mi sueldo en billetes que ella había ganado pródigamente y terminó de abordar y se fue.
Ahora a esa esquina de la Ciudad le falta una sombra, un silencio. A mí me sobra una ausencia y el recuerdo de un olor indefinible, a prisa de mañana, a sol recién nacido, el aroma irrepetible que no es perfume barato, que es sencillamente su entrañable  olor a puta.


Ciudad de México Marzo  2012. 

2 comentarios:

  1. Tras leer tus siempre inteligentes y sensibles líneas, mi cerebro ha podido construir uno de los posibles aromas que tiene una puta cualquiera, una Magdalena...Una mujer.

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    1. Estas líneas fueron escritas y enviadas a un concurso convocado en días pasados por una revista que se publica en la red y debía estar inspirado en un Poema de Sabines que se llama "Canonicemos a las putas" y que quizá conoces. No ganó y me hizo dudar en si debo seguir escribiendo ¿usted que piensa?

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