Nos bordean al frente vallas
metálicas, a nuestra espalda cientos de cuerpos alterados. No hace calor, al
menos no se siente, la atención se encuentra en otros lados y no en las
nimiedades climatológicas.
Se ha caminado, sin caminar, un
camino cansado y divertido, sin embargo los presentes vemos llegar con
definitivo gusto el asomo de la bahía sonora de la mejor banda de surf de
México, Lost Acapulco.
No reparamos en las dimensiones
del lugar porque sería inútil hacerlo, sencillamente el espacio es lo que menos
abunda. Los centímetros se reducen con cada golpe de batería y acorde de
guitarra. El contexto, sin duda, se vuelve primordial. El contexto tamiza las
acciones y les otorga su verdadera significación.
En otro contexto, los empellones
y la invasión de la individualidad derivarían en enfrentamientos irremediables.
Los roces involuntarios y la peligrosa cercanía de los cuerpos y de los rostros
sudorosos provocarían un desborde de imaginación, quizá lindando los terrenos
del deseo irrestricto, el derramamiento de cerveza sobre la ropa no concluye en
reclamo, ni es considerado agresión. Es Lost Acapulco y los acordes de un surf
trepidante y a ratos cargados con una fuerte connotación sexual que por otro
lado no está fuera de lugar.
Conocemos el talento y las capacidades
técnicas de los músicos, los hemos celebrado, ¿sus rostros? es lo de menos. No
importa. Lo que importa es la increíble capacidad de la banda en transformar la
pista de un auditorio en las indescifrables crestas de una mar crecida. O en un
cuadrilátero de lucha libre donde las llaves asaltan también a los ojos. Los
cuerpos en movimiento parecen perder su peculiar individualidad. Las caídas se
suceden ahora sí, con límite de tiempo. Y el tiempo lleva nombres contundentes,
sencillos pero no simples. Málaga Storm, Frenesick, A huevo, y demás minutos
bautizados desde el fondo por la espesa y rasposa voz del Warpig.
Termina entonces la causa del
cansancio compartido, el descanso aún es una lejanía incontestable,
inconfesable quizá mientras, aún zumban los oídos. Y la noche sin su mar,
afuera, confundida en el tiempo y el sudor de unos brazos delgados que solos se
reposan.