martes, 24 de abril de 2012

El cansancio compartido



Nos bordean al frente vallas metálicas, a nuestra espalda cientos de cuerpos alterados. No hace calor, al menos no se siente, la atención se encuentra en otros lados y no en las nimiedades climatológicas.
Se ha caminado, sin caminar, un camino cansado y divertido, sin embargo los presentes vemos llegar con definitivo gusto el asomo de la bahía sonora de la mejor banda de surf de México, Lost Acapulco.  
No reparamos en las dimensiones del lugar porque sería inútil hacerlo, sencillamente el espacio es lo que menos abunda. Los centímetros se reducen con cada golpe de batería y acorde de guitarra. El contexto, sin duda, se vuelve primordial. El contexto tamiza las acciones y les otorga su verdadera significación.
En otro contexto, los empellones y la invasión de la individualidad derivarían en enfrentamientos irremediables. Los roces involuntarios y la peligrosa cercanía de los cuerpos y de los rostros sudorosos provocarían un desborde de imaginación, quizá lindando los terrenos del deseo irrestricto, el derramamiento de cerveza sobre la ropa no concluye en reclamo, ni es considerado agresión. Es Lost Acapulco y los acordes de un surf trepidante y a ratos cargados con una fuerte connotación sexual que por otro lado no está fuera de lugar.
Conocemos el talento y las capacidades técnicas de los músicos, los hemos celebrado, ¿sus rostros? es lo de menos. No importa. Lo que importa es la increíble capacidad de la banda en transformar la pista de un auditorio en las indescifrables crestas de una mar crecida. O en un cuadrilátero de lucha libre donde las llaves asaltan también a los ojos. Los cuerpos en movimiento parecen perder su peculiar individualidad. Las caídas se suceden ahora sí, con límite de tiempo. Y el tiempo lleva nombres contundentes, sencillos pero no simples. Málaga Storm, Frenesick, A huevo, y demás minutos bautizados desde el fondo por la espesa y rasposa voz del Warpig.
Termina entonces la causa del cansancio compartido, el descanso aún es una lejanía incontestable, inconfesable quizá mientras, aún zumban los oídos. Y la noche sin su mar, afuera, confundida en el tiempo y el sudor de unos brazos delgados que solos se reposan.


miércoles, 4 de abril de 2012

Se nos terminó

Con afecto, hasta la ciudad de la traza angelical.



Ya se nos acabó el tiempo, dijo. El cielo perdía constantemente los colores y el sabor. Parecía irse el sonido de las voces que habían caminado de ida y vuelta los pasillos del mercado. En la iglesia habían terminado los rezos y habían apagado las velas y el incienso y por  algún lugar se había perdido el tañer de otras campanas.
Ella desvistió sus ojos de la luz y de las gafas. Procuraba no hablar, ya no iba a agregar nada. Se llevó el vaso a los labios, besó el borde (y qué envidia, carajo) y dio el trago que lo dejó vacío. Hubiera escrito un pretexto en el fondo, pensó, una idea que, quiso asegurarlo pero no pudo, sabía que no era de él.
Y se levantó de la mesa, salió de la habitación que parecía reducirse cada momento, lo miró, le tocó el hombro, compartió otra vez su aroma y volvió a pensar en el tiempo (quizá no en ese orden).
El reloj detenido era señal suficiente. ¿Cómo iba a discutirle?