miércoles, 4 de abril de 2012

Se nos terminó

Con afecto, hasta la ciudad de la traza angelical.



Ya se nos acabó el tiempo, dijo. El cielo perdía constantemente los colores y el sabor. Parecía irse el sonido de las voces que habían caminado de ida y vuelta los pasillos del mercado. En la iglesia habían terminado los rezos y habían apagado las velas y el incienso y por  algún lugar se había perdido el tañer de otras campanas.
Ella desvistió sus ojos de la luz y de las gafas. Procuraba no hablar, ya no iba a agregar nada. Se llevó el vaso a los labios, besó el borde (y qué envidia, carajo) y dio el trago que lo dejó vacío. Hubiera escrito un pretexto en el fondo, pensó, una idea que, quiso asegurarlo pero no pudo, sabía que no era de él.
Y se levantó de la mesa, salió de la habitación que parecía reducirse cada momento, lo miró, le tocó el hombro, compartió otra vez su aroma y volvió a pensar en el tiempo (quizá no en ese orden).
El reloj detenido era señal suficiente. ¿Cómo iba a discutirle?

 

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