“…dibuja su cuerpo sobre la retina de vidrio el tiempo de
una breve exposición. Clic. Está atrapada. La trampa óptica se cierra sobre
este segundo de tiempo, la captura en la caja hermética, la sujeta contra la
placa de cristal, la graba en la sal de plata.”
Joani Hocquenghem
La mujer del techo.
Observa sin mirar ese filo de obsidiana distante. No es
noche aunque es. Detrás de la pupila, la luz que dibuja su piel. Arriba el delicado atardecer emborronado que recuerda la suavidad del cielo, lo inalcanzable del
horizonte, lo imposible de su lejanía y el olvido de su olvido de ser malva. Quizá presagia
un amanecer nocturno que es casi personal, como personal es el delirio. El eclipse
de luna en cielo de piel nevada. Inverso medio día. Cielo sin nubes llovido de
otras tormentas calladas. Quizá el sol hilando, hilado, helado. Quizá un
tornado desastroso para soledades acompañadas, cómo saberlo. Quizá la respuesta
la dé ese relámpago que cruza este cielo atemporal, ese amanecer que se
confunde con ocaso desde la ventana que se deja ver. Quizá la respuesta de
preguntas que nadie formuló. Quizá la escritura que deletrea nombres. Quizá la
luz que dibuja en otros lienzos y sigue soñando en sal de plata. Quizá el
silencio de todos modos. Quizá otras letras que mejor hablen de esa mirada
infinita. Que expliquen la brevísima eternidad de un instante.