sábado, 22 de febrero de 2014

Alegría



Al día ya lo estaba ahogando la noche en sus orillas y a Marcos se le había extendido la jornada con sus pasos, hoy mucho.
Supo que sudaba cuando un vientecillo le heló la frente. Pero no le dio importancia, le dolían más los hombros y los dedos que asían con firmeza la canasta que poco, casi nada, había reducido la mercancía. Dulces que compraba, unos, y elaboraba, otros. El sol se llevaba los colores del día, también los de la canasta que desbordan aun su dulce carga.
Pero Marcos va callado y con la mirada perdida en la punta de sus zapatos que sacan polvo cuando pisa la banqueta poco caminada. Maldice un poco, las monedas en la bolsa del pantalón cascabelean pero no son muchas y eso es lo que le molesta. Salió de la casa con el sol y con su ausencia regresa. Un día más, otro día como los otros. Así piensa Marcos y no comparte su pensar con nadie porque va solo.
 Antes de subir el puente, encuentra a dos niños pequeños que juguetean con una bolsa de plástico. Uno de ellos, el más pequeño, ríe cuando al jalar, no puede sujetar su extremo y la bolsa se escurre entre las manos haciéndole caer en invariable sentón.
Al ver a Marcos, el otro de ellos, el más grande, se acerca a pedir uno de esos y señala los dulces mexicanos que atestan la canasta y que  no se pudieron vender ahora. Marcos pone la canasta en el suelo y le dice: Escoge. Para entonces ambos niños se han acercado, ambos se miran incrédulos entre ellos y ambos escogen una alegría. Al instante los niños se van corriendo y dejan a Marcos otra vez solo con el eco de sus sonrisas.
No sabe por qué, pero a Marcos la canasta le pesa menos, la noche le pesa menos. Ya espera al camión que, por suerte, no viene lleno. Al abordar el chofer le pide un dulce de los caros, de los de leche y entonces no cobra el pasaje, al contrario, le paga unos pesos que completan el costo de esa dulce casualidad.

Entonces Marcos camina al fondo donde, qué suerte, hay un asiento vacío junto a la ventana. Y cierra los ojos y ahora sí, siente el aire que le hiela la frente y recuerda a la mujer y a sus ojos negros y el café caliente que tal vez ya esté listo cuando llegue y piensa que esta noche no se irían a dormir con el radio llenando sus silencios, que ahora tendría algo que contar. Mira otra vez la canasta apoyada en sus rodillas. Antes de cerrar los ojos se da cuenta que aún le quedan muchas alegrías.