Al día ya lo estaba ahogando la
noche en sus orillas y a Marcos se le había extendido la jornada con sus pasos,
hoy mucho.
Supo que sudaba cuando un
vientecillo le heló la frente. Pero no le dio importancia, le dolían más los
hombros y los dedos que asían con firmeza la canasta que poco, casi nada, había
reducido la mercancía. Dulces que compraba, unos, y elaboraba, otros. El sol se
llevaba los colores del día, también los de la canasta que desbordan aun su
dulce carga.
Pero Marcos va callado y con la
mirada perdida en la punta de sus zapatos que sacan polvo cuando pisa la
banqueta poco caminada. Maldice un poco, las monedas en la bolsa del pantalón
cascabelean pero no son muchas y eso es lo que le molesta. Salió de la casa con
el sol y con su ausencia regresa. Un día más, otro día como los otros. Así
piensa Marcos y no comparte su pensar con nadie porque va solo.
Antes de subir el puente, encuentra a dos
niños pequeños que juguetean con una bolsa de plástico. Uno de ellos, el más
pequeño, ríe cuando al jalar, no puede sujetar su extremo y la bolsa se escurre
entre las manos haciéndole caer en invariable sentón.
Al ver a Marcos, el otro de
ellos, el más grande, se acerca a pedir uno de esos y señala los dulces
mexicanos que atestan la canasta y que
no se pudieron vender ahora. Marcos pone la canasta en el suelo y le
dice: Escoge. Para entonces ambos niños se han acercado, ambos se miran
incrédulos entre ellos y ambos escogen una alegría. Al instante los niños se
van corriendo y dejan a Marcos otra vez solo con el eco de sus sonrisas.
No sabe por qué, pero a Marcos la
canasta le pesa menos, la noche le pesa menos. Ya espera al camión que, por
suerte, no viene lleno. Al abordar el chofer le pide un dulce de los caros, de
los de leche y entonces no cobra el pasaje, al contrario, le paga unos pesos que
completan el costo de esa dulce casualidad.
Entonces Marcos camina al fondo
donde, qué suerte, hay un asiento vacío junto a la ventana. Y cierra los ojos y
ahora sí, siente el aire que le hiela la frente y recuerda a la mujer y a sus
ojos negros y el café caliente que tal vez ya esté listo cuando llegue y piensa
que esta noche no se irían a dormir con el radio llenando sus silencios, que ahora
tendría algo que contar. Mira otra vez la canasta apoyada en sus rodillas.
Antes de cerrar los ojos se da cuenta que aún le quedan muchas alegrías.
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