A la mujer que sólo existe
en la oscuridad de una instantánea
En 2009 el gran Josė Emilio Pacheco publicó su versión del Cantar
de los cantares, libro sagrado del Viejo Testamento y uno de los más hermosos
poemas que se hayan escrito siempre. Generoso y exacto como lo es JEP (de él
siempre hablaremos en presente) nombra su trabajo sencillamente como una
aproximación. José Emilio nos recuerda que además de una alegoría de la unión
de Dios con la iglesia, el Cantar de los cantares es una maravillosa exaltación
del deseo, la pasión, el amor y el erotismo.
Cometiendo una falta que estoy seguro es
imperdonable pero no tanto, me detengo en la cubierta del libro. Creo que no es
casual que en ella se encuentre una reproducción de Entrando en la noche, obra de Francisco Toledo.
Hablando de lo aparente, según éste
intentalíneas, las figuras que destacan en la oscuridad para ser devoradas
nuevamente, por plena voluntad, llevan un paso sigiloso, como si temieran
despertar al silencio o a las sombras. Entrar en las noches es entrar en otro
tiempo cuyo ritmo no está regido por horas sino por sueños o deseos, cuando no son la misma cosa y aunque no lo sean.
En El Cantar de los cantares, muchas de
las escenas tienen por telón las alas de sombras de la noche, los jardines
dormidos, una alcoba nupcial. Sin la suficiencia de las sombras sería imposible
comprender los lenguajes que el cuerpo reserva cuando, por obligación, los demás
sentidos están obligados a estimularse, a crear la memoria de lo que a los ojos se ha negado.
El fulgor de los diálogos, las
confesiones, las complicidades entre los recién desposados, hacen que las
sombras se vayan ocultando entre la piel y la noche. La oscuridad necesita
reafirmarse con la luz que de repente surge hiriendo su imperturbable
tranquilidad. Eso es lo que hacen los amantes, reafirmar la oscuridad con la
flama de su deseo (la oscuridad transfigura el espacio, agranda las distancias
– en el universo de Canek, Abreu Gómez nos dice que caminar un tramo de diez
pasos de día, requiere veinte de noche- y aproxima las ausencias -"Te doy
una canción si abro una puerta, y de las sombras sales tú" confiesa Silvio
sin reservas).
En la oscuridad, lo más sencillo toma dimensiones insospechadas.
Así, una marca o un lunar vuelven familiar una piel que pensábamos anónima y de
pronto se convierte en una versión de la tierra prometida. "Ponme como
sello en tu corazón, como marca en tu brazo" dice la Sulamita en uno de
los versos.
En el deseo, la luminosidad es un momento
que, tal vez, sólo pretende otorgar la orientación a la deriva incorregible, el
breve destello que nos confirma que un abismo está cercano.
Mario Benedetti, nos recuerda lo
imprescindible que es tener cerca una mujer desnuda en la oscuridad. En la
dudosa eternidad de lo invisible, una mujer desnuda y en lo oscuro, se erige
como la realidad que otorga al mar un faro distante, como una palabra en el
silencio, como una señal en la piel. Tampoco creo que sea casualidad que
algunos de los símbolos cartográficos de la piel sean lunares. Aunque debiera,
no repararé en la etimología, otra vez quedando en lo evidente, es curiosos
pensar en una marca oscura, una memoria imborrable, inspirada en el símbolo
luminoso por excelencia (antes de los torrentes eléctricos), la luna. Los
lunares orientan las caricias aunque se dirijan al sur.
Entrar en la noche puede ser un acto casi
ceremonial o definitivamente suicida, tan indispensable como salir de ella. La
noche y el deseo vuelven a nombrar las cosas, quizá por eso siempre es debido
despertar, regresar al estado de latencia originaria donde siempre, a pesar de
todo, el cielo, ese paraíso prometido, se abisma en las más oscuras
profundidades de la noche.
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