sábado, 2 de agosto de 2014

La suficiencia de las sombras

A la mujer que sólo existe
en la oscuridad de una instantánea 

En 2009 el gran Josė Emilio Pacheco publicó su versión del Cantar de los cantares, libro sagrado del Viejo Testamento y uno de los más hermosos poemas que se hayan escrito siempre. Generoso y exacto como lo es JEP (de él siempre hablaremos en presente) nombra su trabajo sencillamente como una aproximación. José Emilio nos recuerda que además de una alegoría de la unión de Dios con la iglesia, el Cantar de los cantares es una maravillosa exaltación del deseo, la pasión, el amor y el erotismo.
Cometiendo una falta que estoy seguro es imperdonable pero no tanto, me detengo en la cubierta del libro. Creo que no es casual que en ella se encuentre una reproducción de Entrando en la noche, obra de Francisco Toledo.
Hablando de lo aparente, según éste intentalíneas, las figuras que destacan en la oscuridad para ser devoradas nuevamente, por plena voluntad, llevan un paso sigiloso, como si temieran despertar al silencio o a las sombras. Entrar en las noches es entrar en otro tiempo cuyo ritmo no está regido por horas sino por sueños o deseos, cuando no son la misma cosa y aunque no lo sean.
En El Cantar de los cantares, muchas de las escenas tienen por telón las alas de sombras de la noche, los jardines dormidos, una alcoba nupcial. Sin la suficiencia de las sombras sería imposible comprender los lenguajes que el cuerpo reserva cuando, por obligación, los demás sentidos están obligados a estimularse, a crear la memoria de lo que a los ojos se ha negado.
El fulgor de los diálogos, las confesiones, las complicidades entre los recién desposados, hacen que las sombras se vayan ocultando entre la piel y la noche. La oscuridad necesita reafirmarse con la luz que de repente surge hiriendo su imperturbable tranquilidad. Eso es lo que hacen los amantes, reafirmar la oscuridad con la flama de su deseo (la oscuridad transfigura el espacio, agranda las distancias – en el universo de Canek, Abreu Gómez nos dice que caminar un tramo de diez pasos de día, requiere veinte de noche- y aproxima las ausencias -"Te doy una canción si abro una puerta, y de las sombras sales tú" confiesa Silvio sin reservas).
En la oscuridad, lo más sencillo toma dimensiones insospechadas. Así, una marca o un lunar vuelven familiar una piel que pensábamos anónima y de pronto se convierte en una versión de la tierra prometida. "Ponme como sello en tu corazón, como marca en tu brazo" dice la Sulamita en uno de los versos.
En el deseo, la luminosidad es un momento que, tal vez, sólo pretende otorgar la orientación a la deriva incorregible, el breve destello que nos confirma que un abismo está cercano. 
Mario Benedetti, nos recuerda lo imprescindible que es tener cerca una mujer desnuda en la oscuridad. En la dudosa eternidad de lo invisible, una mujer desnuda y en lo oscuro, se erige como la realidad que otorga al mar un faro distante, como una palabra en el silencio, como una señal en la piel. Tampoco creo que sea casualidad que algunos de los símbolos cartográficos de la piel sean lunares. Aunque debiera, no repararé en la etimología, otra vez quedando en lo evidente, es curiosos pensar en una marca oscura, una memoria imborrable, inspirada en el símbolo luminoso por excelencia (antes de los torrentes eléctricos), la luna. Los lunares orientan las caricias aunque se dirijan al sur.


Entrar en la noche puede ser un acto casi ceremonial o definitivamente suicida, tan indispensable como salir de ella. La noche y el deseo vuelven a nombrar las cosas, quizá por eso siempre es debido despertar, regresar al estado de latencia originaria donde siempre, a pesar de todo, el cielo, ese paraíso prometido, se abisma en las más oscuras profundidades de la noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario