miércoles, 26 de junio de 2013

Instante



El silencio consume a la noche y al cigarro que entre sus comisuras es la única objeción de esa obscuridad de piedra. La mira recostada en el sofá que está contra la pared, frente a la ventana. Casi  dormida, igual que la vida de afuera, casi en silencio, casi ausentes del otro.
Ella mira al cielo que se apaga. Él, a ella que lo ignora.
Pero no se acerca, sería tan fácil sortear la ínfima distancia que les separa. Sería tan fácil. A dos pasos, a una caricia, a la huella de sus labios resecos y temblorosos que no recuerdan otro sabor que el amargo del ron diluido en agua simple que se ha impuesto como penitencia desde la tarde.
Ella se irá apenas aclare. Lo sabe porque siempre es así.
Toma entre sus manos el reloj de mesa y lo azota contra la pared. Idiota, el tiempo es tiempo, aún sin relojes.
Ella interrumpe su camino al sueño. Despierta. Por una orilla de la cortina, los reflejos de la luz del poste son como flamas transparentes que lo convierten a él en una sombra silenciosa y voraz que se abalanza hasta  ella, sobre ella. Y entre sus sombras confundidas, mataron a la luz que sin permiso, les mojaba las espaldas.



Ciudad de México, Marzo 2010.