lunes, 6 de octubre de 2014

Más que sueño, memoria. Una tarde de sábado en la Ciudadela


"No sé qué vendrá después.
no sé si podré olvidarte,
no sé si me moriré"
De una canción de Luis Arcaraz

El cielo ha dado tregua. Los días de lluvia y nubes bajas y cargadas parecen tener un paréntesis con un sol suficiente.
Este lugar es historia a ras de suelo, sin pedestales que alejen una memoria que muchas de las veces parece no estar tan disponible. Los días trágicos de la traición y la ignominia apenas se adivinan entre árboles y baldosas ahogadas en charcos.
Hoy lo importante es otra cosa, algo que, como la memoria, no se ve pero se siente. Es la música. Los timbales, las trompetas y el clarinete se desbordan hacia todos lados. Es danzón. No es casual el encuentro, desde hace años aquí vienen a bailar, en sábado, un montón de jóvenes cuya vitalidad es envidiable. Digo bien, jóvenes, lo son desde hace mucho tiempo.
Caminar entre los asistentes a los sábados de danzón en la Ciudadela es maravilloso. Paso como una sombra callada entre parejas que hacen de la cadencia un lenguaje único. Entre giros, pasos cortos, raspaditos, miradas cargadas de años y de cosas que sólo caben ahí, en miradas, me hacen pasar casi desapercibido.
Ando hasta la sombrita de un árbol bordeado por una jardinera de piedras rojas y ahí decido quedarme, sentado y en silencio. Tengo ante mí uno de los rostros más amables de la Ciudad y que pocas veces, por no decir nunca, se miran en los grandilocuentes anuncios oficiales de turismo. Así es el espíritu de todas estas gentes, sin saberlo, o tal vez sí, a cada giro o compás marcado, siguen conjurando el olvido.
No conozco de danzones, apenas el nombre de algunos de ellos que hoy no sonaron en las bocinas instaladas en el foro de cemento al frente de la plaza. Antes venía una orquesta para tocar en vivo, pero el presupuesto de la delegación Cuauhtémoc ya no lo permite, ahora la música es grabada, pero no le hace, el ánimo es inigualable.
Decido emprender mi paseo de nueva cuenta entre las parejas para las que no existe nada más que la música y su correspondiente otra mitad, la otra copa del brindis dirían por ahí. El derroche de sentidos es involuntario, la música hace hablar de cerca al oído, hace que los cuerpos se aproximen, se alejen y se encuentren en un sincronizado giro.


Para muchos de los asistentes el día de hoy no es un día más, quizá por eso portan trajes de gala, corbatas, pantalones planchados con una precisión quirúrgica, plumas en el sombrero. Vestidos largos de tirantes y otros cortos porque hay que presumir, cómo no, la buena pierna, abanicos, medias de red y zapatillas de tacones peligrosamente altos. Otros tantos se distinguen con aromas que me recuerdan un pasado del que apenas fui testigo y de cierta manera me reconcilian con mis treinta y seis y contando; la sección de perfumería de la Farmacia París es una sorprendente colección de delicadas reminiscencias, el Wildroot y la Añeja Lavanda por fin parecen encontrar aquí un mejor contexto.
Me detengo nuevamente. Los puestos de comida que bordean la plaza me recuerdan que mi desayuno fue un insulto a la salud intestinal y las papas fritas con cebolla y chiles cuaresmeños pueden hacer dudar la fe de cualquiera.
Camino otra vez. En una de las esquinas se pueden ver perfecto a varias parejas. Creo que es definitivo, ¿existe alguna mujer que no se vista de una sensual y delicada feminidad cuando baila danzón? Si la memoria de las manos, del tacto, es aún más persistente, la memoria de los pasos de baile se reinventa en cada ejecución. Entonces el cuerpo retoma su expresión original, recuerda y el recuerdo no puede sustraerse del corazón (re-cordis). ¿Hay algo más sensual que el torrente de la sangre tibia? Villaurrutia escribe: “Amar es escuchar sobre tu pecho, / hasta colmar la oreja codiciosa, / el rumor de tu sangre y la marea / de tu respiración acompasada.” El poema tuvo el buen tino de haber sido musicalizado a ritmo de  danzón en la película de María Novaro.
A veces la mirada no se conforma con lo evidente e intenta la interpretación de lo que se sugieren símbolos de otros días, sin embargo el fracaso, es decir el mío, es manifiesto. Si el pasado se va hilando, este instante es un nudo indisoluble. Las manos en la cintura o recorriendo los hombros, un beso repentino, una nieve de limón con dos cucharitas, compartida del mismo vaso, reafirman la intensión del momento.
Un grupo de bailarines anuncian las formas del futuro inmediato. Escucho palabras que se construyen ante mis ojos otorgándoles un nuevo significado. Un columpio, un paseo, un abanico, un cuadro le dan a la calle la fineza del baile de salón. Otros, los más, no anuncian la técnica a cada compás, pero el sabor que derrochan los exculpa del olvido de la ortodoxia.
No voy más. Las parejas continúan con esa incansable y deliciosa plática, cuerpo a cuerpo, que sólo podrá concluir con la tarde o con un aguacero.
Hoy mis pasos van solos, así me alejo, entre un redoble y una trompeta que envuelve la plaza y la convierte en un símbolo de la memoria y, qué bueno, de historia a ras de suelo.

Ciudad de México.

Octubre 2014.

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