jueves, 23 de septiembre de 2010

Por si acaso el silencio.

Hoy, me tomo prestadas algunas líneas no por falta de motivos de escribir, sencillamente por lo absolutamente coincidentes de las mismas, ahora.


Por si acaso el silencio.

No, no me dejas sin palabras, eso es quizá, homicida amada, lo único de lo que no podrás despojarme.
Tampoco soy indolente al mundo afuera, sólo que hoy, al despertar, me encontré primero conmigo y una necia ausencia de ti me continuaba sin tregua.
Cierto, el olvido es empeñoso y hace lo suyo. Renegado suicida.
Lo que quedas, al final, por si acaso el silencio.

Apenas él le amalaba el noema, a ella se agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido  como el trimalciato de ergomanina al que se han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volpusados en la cresta del murelio, se sentáin valparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas, de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.


(Capítulo 68 de “Rayuela –Julio Cortázar-)     



No hay comentarios:

Publicar un comentario